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esposo hacía lo mismo. Sonaron los tres cuartos. Vibraba aún el tañir del martillo, cuando me
sentí presa del mismo entorpecimiento, del mismo terror y del mismo frío glacial de los días
precedentes; acerqué a mis labios la rama bendita, y aquella primera sensación se desvaneció. Oí
entonces muy claro el ruido de aquel conocido paso lento y medido que subía los peldaños de la
escalera, y se aproximaba a la puerta. Luego la puerta se abrió despaciosamente, sin ruido, como
empujada por sobrenatural fuerza, y entonces...
La voz se apagó a medias, casi sofocada en la garganta de la narradora.
Y entonces, continuó haciendo un esfuerzo, vi a Kostaki, pálido como se me apareciera en las
parihuelas; los largos cabellos negros, cayéndole sobre las espaldas, goteaban sangre; vestía
como de costumbre, pero tenía descubierto el pecho y dejaba ver su sangrante herida. Todo
estaba muerto, todo era cadáver...carne, ropas, porte... solamente los ojos, aquellos terribles ojos,
estaban vivos.
Ante aquella aparición, ¡extraño es decirlo!, en vez de sentir duplicárseme el espanto, sentí
crecerme el valor. Dios me lo enviaba de seguro para decidir mi situación y defenderme del
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infierno. Al primer paso que el espectro dio hacia mi lecho, le clavé intrépidamente los ojos en el
rostro y le presenté la rama bendita. El espectro intentó avanzar, pero un poder más fuerte que él
lo retuvo en el sitio. Se detuvo. "¡Oh", murmuró; "ella no duerme, lo sabe todo". Pronunció él
estas palabras en lengua moldava, y sin embargo las comprendí yo como si hubieran sido
pronunciadas en lengua por mí sabida.
Estábamos así uno frente al otro, el fantasma y yo, sin que pudiera apartar mis miradas de las
suyas, cuando con el rabillo del ojo vi a Gregoriska salir detrás del baldaquino, semejante al
ángel exterminador y con la espada en el puño. Se hizo la señal de la cruz con la mano siniestra,
y avanzó lentamente con la espada tendida vuelta hacia el fantasma; éste, al ver al hermano,
desenvainó también el sable soltando una horrible carcajada; pero apenas su sable tocó el hierro
bendito, el brazo le cayó inerte junto al cuerpo. Kostaki exhaló un suspiro de rabia y
desesperación. "¿Qué quieres de mí?", preguntó al hermano. "En nombre del Dios verdadero y
viviente", dijo Gregoriska, "conjúrote a que respondas." "Habla", dijo el espectro rechinando los
dientes. "¿Te he tendido yo una emboscada?" "No." "¿Te he asaltado yo?" "No." "Te he herido
yo?" "No." "Te arrojaste tú mismo sobre mi espada y tú mismo corriste al encuentro de la muerte.
Luego, ante Dios y los hombres no soy culpable yo del delito de fratricidio; luego no has recibido
una misión divina sino infernal; luego has salido de tu tumba no como una sombra santa sino
como un espectro maldito, y volverás a tu tumba." "¡Con ella, sí!", exclamó Kostaki haciendo un
supremo esfuerzo para apoderarse de mí. "¡Volverás allá solo!", exclamó a su vez Gregoriska;
"esta mujer me pertenece".
Y al pronunciar tales palabras tocó con la punta del hierro bendito la llega viva. Kostaki exhaló
un grito como si le hubiera tocado una espada de fuego y, llevándose una mano al pecho, dio un
paso atrás. Al mismo tiempo, Gregoriska, con un movimiento que parecía coordinado con el del
hermano, dio un paso adelante; entonces, con los ojos fijos en los ojos del muerto, con la espada
contra el pecho de su hermano, comenzó una marcha lenta, terrible, solemne. Era algo semejante
al pasaje de don Juan y el comendador; el espectro retrocedía bajo la presión de la sacra espada,
bajo la voluntad irresistible del campeón de Dios, que lo seguía paso a paso, sin pronunciar una
palabra, ambos anhelantes, ambos lívidos del rostro, el vivo arrojando al muerto y obligándolo a
abandonar el castillo, su anterior morada, para volver a la tumba, su morada futura... Os lo
aseguro, a fe mía, ¡era cosa horrenda de verse! Y sin embargo, yo misma, movida por una fuerza
superior, invisible, desconocida, sin saber lo que hacía, me levanté y los seguí. Bajamos la
escalera, iluminados sólo por las ardientes pupilas de Kostaki. Atravesamos la galería y el patio,
y luego traspusimos la puerta siempre con el mismo paso medido, el espectro retrocediendo,
Gregoriska con el brazo tendido, yo detrás de ellos.
Esta marcha fantástica duró una hora, pues era necesario volver el cadáver a su tumba; pero en
vez de seguir el camino acostumbrado, Kostaki y Gregoriska atravesaron el terreno en línea recta,
cuidándose poco de los obstáculos, que para ellos ya no existían; ante ellos el suelo se allanaba,
los torrentes se secaban, los árboles se apartaban, las rocas se abrían. El mismo milagro se
operaba para mí: sólo que el cielo me parecía todo cubierto de un negro velo, las lunas y las
estrellas habían desaparecido y en medio de las tinieblas sólo veía resplandecer los ojos
llameantes del vampiro. Llegamos de tal modo a Hango y pasamos a través del seto vivo de
madroños que servía de cerco al cementerio. Apenas entrada, distinguí entre las sombras la
tumba de Kostaki, junto a la de su padre, no sabía que estuviera allí y sin embargo la reconocí.
Nada me era desconocido en aquella noche.
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Gregoriska se detuvo al borde de la fosa abierta. "Kostaki", dijo él, "aun no está todo terminado
para ti, y una voz del cielo me avisa que se puede ser concebido el perdón si te arrepientes;
¿prometes retornar a la tumba?, ¿no salir de ella más?, ¿consagrar a Dios el culto que consagraste
al infierno?". "¡No!", respondió Kostaki. "¿Te arrepientes?", preguntó Gregoriska. "¡No!" "Por
última vez, ¿te arrepientes?" "¡No!" "Por última vez, ¿te arrepientes?" "¡Bien!" invoca la ayuda
de Satanás, como invoco yo la de Dios, y veremos quién saldrá esta vez aún victorioso."
Resonaron simultáneamente dos gritos; los hierros se cruzaron despidiendo centellas, y la lucha
duró un minuto que me pareció un siglo. Kostaki cayó; vi alzarse la terrible espada de su
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