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les llevase mensualmente las provisiones necesarias; en cuanto a este hombre, nadie logró
sonsacarle una palabra; evidentemente, le pagaban bien por su trabajo.
Transcurrieron los años sin incidentes dignos de mención en la pequeña aldea, y el hombre
efectuaba sus viajes a la Casa con regularidad.
Un día, como siempre, pasó, en cumplimiento de su encargo acostumbrado. Cruzó el pueblo sin
cambiar con sus habitantes otra cosa que un hosco saludo con la cabeza, y prosiguió hacia la Casa.
Normalmente, se hacía de noche antes de que pasara de regreso. En esta ocasión, sin embargo,
reapareció en el pueblo pocas horas más tarde, en un extraordinario estado de agitación, y con la
asombrosa información de que la Casa había desaparecido totalmente, y que ahora se abría un
tremendo pozo en su lugar.
Esta noticia, al parecer, excitó la curiosidad de los aldeanos, que, venciendo sus temores, se
dirigieron al lugar. Allí lo encontraron todo tal como lo había descrito el carretero.
Y esto es cuanto hemos podido saber. Del autor del Manuscrito, quién era y de dónde venía, no
sabemos nada. Su identidad, como él mismo parece que deseaba, ha quedado enterrada para
siempre.
Ese mismo día abandonamos el solitario pueblo de Kraighten. Desde entonces no hemos vuelto por
allí.
A veces, en mis sueños, veo el pozo gigantesco rodeado de árboles y arbustos. El rumor del agua
se eleva y se mezcla en mis sueños con otros ruidos más bajos, mientras que, por encima, se
extiende el eterno sudario de agua pulverizada.
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